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El enamorado perpetuo


Hace ya tiempo que os amo, señora,
y aún me hallo bajo el mágico efecto
que ejercieron sobre mí
vuestros ojos hechiceros;
pues cada mañana, al despertar,
vuelvo a contemplarlos de nuevo
y el hechizo se reafirma
tornándose imperecedero.

Presumo vuestros labios, señora,
emponzoñados de un fatal veneno:
el irresistible deseo
que me encadena a vos
con eslabones de hierro.
Víctima soy de una tórrida fiebre
que pone a cocer mis carnes
cuando pienso en vuestro cuerpo,
que hace hervir mi sangre
al recordar vuestros mimos,
que funde todo mi ser
al evocar vuestros hábiles dedos.

Me creo, de este modo, esclavizado,
a vuestra entera merced
y por completo indefenso.

Mas… posáis vuestras manos en mí
y todo son caricias, amor y bondad
para vuestro desvalido reo;
con ellas me desencadenáis
y me dais la libertad para marchar;

mas… ¡no quiero!,
pues soy adicto a vuestros besos
y dependo ya, para vivir,
de vuestro cálido aliento.

2 comentarios, añade el tuyo. Gracias.

Morgana dijo el 22 de enero de 2014, 0:03

Muy bonito Miguel.

Miguel Emele dijo el 22 de enero de 2014, 9:39

Muchas gracias, querida amiga. Aunque el texto es algo antiguo se me antoja intemporal. Incluso hay una palabra clave que le da una maravillosa actualidad. Un abrazo.

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