El homo erectus, era un conquistador primitivo que vivió durante el Paleolítico en un ático dúplex, excavado en la roca de una montaña, que usaba como picadero. Era llamado así por su desmedida potencia sexual y su considerable «herramienta» de trabajo, la más notable entre los de su especie. Su pisito disponía de las más destacadas comodidades de la época: agua corriente cascada abajo, agua caliente a 380 grados procedente de unas termas, sauna, gimnasio, calefacción a chimenea, enmoquetado con piel de oso, vistas al sur, soleado todo el día y céntrico.
Algunos investigadores no se ponen de acuerdo en cuanto a las técnicas usadas por el homo erectus para sus conquistas, pues son de distintos países y hablan diferentes lenguas. Nosotros mencionaremos la teoría más razonable y comprensible de todas ellas, la del profesor Leónidas Pleoceno, uno de los investigadores que más dedicación puso en resolver este enigma a lo largo de toda su vida y cuyo trabajo le valió el premio Nobel de gastronomía en 1948.
Según el profesor Pleoceno, el homo erectus galanteaba a sus concubinas con un garrote de madera de abedul del nueve largo. El cortejo incluía frenéticos golpes con el garrote sobre el cráneo de la maciza de turno con la intención de amansarla convenientemente. Una vez amansada la ponía a resguardo de inoportunas interrupciones dentro de la caverna, para mayor intimidad, y se pasaba allí toda la tarde realizando una proeza tras otra, todo ello sin red y a cara descubierta, al igual que el resto del cuerpo.
Era tan impresionante el espectáculo copulativo que atraía la atención del resto de los homínidos, y se reunían frente a la entrada de la cueva para espiar las acometidas de su destacado congénere, envidia de todos ellos. De todas las partes nobles del continente acudían, para dar fe de tamañas proezas, las más distinguidas especies de la Creación: el hombre de Cromañón, el hombre de Sava, el hombre de Neandertal, el tercer hombre, el hombre del saco, el hombre lobo, el hombre por dios, y muchos otros hombres más que llegaban hasta allí atraídos por una sana curiosidad, que más tarde enfermó provocando una epidemia de cagaleras que se extendió hasta la Atlántida.
Un día se produjo la evolución natural después de tanto abuso y el homo erectus pasó a denominarse homo fláccidus, ya que el agotamiento de una vida desenfrenada había comenzado a hacer mella en su organismo. El pobre mellado vio desaparecer con estupefacción sus dotes de semental y se convirtió en pieza de museo antropológico al comprobarse que ya no le servía más que para evacuar los líquidos sobrantes de los procesos de asimilación de nutrientes. Vamos, que ya no le servía más que para mear. Eso sí, el homo flaccidus tenía una gran potencia meatoria.
Algunos investigadores no se ponen de acuerdo en cuanto a las técnicas usadas por el homo erectus para sus conquistas, pues son de distintos países y hablan diferentes lenguas. Nosotros mencionaremos la teoría más razonable y comprensible de todas ellas, la del profesor Leónidas Pleoceno, uno de los investigadores que más dedicación puso en resolver este enigma a lo largo de toda su vida y cuyo trabajo le valió el premio Nobel de gastronomía en 1948.
Según el profesor Pleoceno, el homo erectus galanteaba a sus concubinas con un garrote de madera de abedul del nueve largo. El cortejo incluía frenéticos golpes con el garrote sobre el cráneo de la maciza de turno con la intención de amansarla convenientemente. Una vez amansada la ponía a resguardo de inoportunas interrupciones dentro de la caverna, para mayor intimidad, y se pasaba allí toda la tarde realizando una proeza tras otra, todo ello sin red y a cara descubierta, al igual que el resto del cuerpo.
Era tan impresionante el espectáculo copulativo que atraía la atención del resto de los homínidos, y se reunían frente a la entrada de la cueva para espiar las acometidas de su destacado congénere, envidia de todos ellos. De todas las partes nobles del continente acudían, para dar fe de tamañas proezas, las más distinguidas especies de la Creación: el hombre de Cromañón, el hombre de Sava, el hombre de Neandertal, el tercer hombre, el hombre del saco, el hombre lobo, el hombre por dios, y muchos otros hombres más que llegaban hasta allí atraídos por una sana curiosidad, que más tarde enfermó provocando una epidemia de cagaleras que se extendió hasta la Atlántida.
Un día se produjo la evolución natural después de tanto abuso y el homo erectus pasó a denominarse homo fláccidus, ya que el agotamiento de una vida desenfrenada había comenzado a hacer mella en su organismo. El pobre mellado vio desaparecer con estupefacción sus dotes de semental y se convirtió en pieza de museo antropológico al comprobarse que ya no le servía más que para evacuar los líquidos sobrantes de los procesos de asimilación de nutrientes. Vamos, que ya no le servía más que para mear. Eso sí, el homo flaccidus tenía una gran potencia meatoria.