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Malas lenguas


Soy el palomo cojo al que todo el mundo alude de forma despectiva y quiero reivindicar a voz en grito mi virilidad. No en vano, de joven me llamaban pichón, por los grandes atributos sexuales con que me había dotado la madre naturaleza; razón por la cual llevaba de cabeza a todas las palomitas del palomar.

Mis años mozos estuvieron llenos de idilios y amoríos dignos del mismísimo Casanova, y siempre dejé el pabellón muy alto y a las pájaras muy satisfechas.

Fue en la guerra civil, donde presté mis servicios a la patria como palomo mensajero, cuando me gané mi sobrenombre al ser herido en una pata durante una arriesgada misión de espionaje. Aún así, llegué sangrando a mi destino y entregué la información que nos permitió ganar la guerra. Fui condecorado por mi arrojo y valentía, y queda constancia histórica de que no había, en todo el regimiento colombofílico, otro palomo más macho que yo.

Por eso estoy más que harto de que se mancille mi honor en casi todas las conversaciones frívolas, en las que me ponen como un ejemplo errado de algo que no soy. Fue quizá esa herida de guerra la que mermó mi capacidad amatoria pero, en cualquier caso, nunca tomé la opción sexual de la que se me acusa; simplemente me convertí en un jubilado con otro jubilado colgando.

Por ello quiero reclamar un respeto hacia mi humilde persona y un reconocimiento de mis méritos como macho de palomar.
Mi vida se está extinguiendo ya y espero que antes de entregar mi último aliento pueda ver mi honesta imagen limpia de sórdidas acusaciones. Apelo al buen criterio de todos, sólo quiero morir en paz y con la frente muy alta.



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