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Øghär


(Diario personal de Øriôn Mörluc, 34 de Odrila de 2859)

“Cuando nuestra maltrecha gente llegó a nuestro querido planeta Øghär por primera vez, éste estaba dominado por unos violentos bípedos de escasa inteligencia y pobres recursos. Ante nuestra precaria situación y el claro dominio tecnológico a nuestro favor, no tardamos apenas un suspiro en vaporizar toda forma de vida y dejar nuestra nueva casa completamente aséptica.

Ya os habrán explicado en vuestro Centro Educativo las grandes dificultades que puede ocasionar en nuestros organismos la más diminuta partícula biológica ajena a nuestra morfología; de ahí la importancia de una eficiente fumigación.

Inmediatamente después, se procedió al encapsulado del globo planetario bajo una gruesa capa, elástica y resistente, de preciosa baquelita verde. Una vez cimentado nuestro nuevo suelo, todas las naves nodriza aterrizaron y se comenzó la construcción de las primeras ciudades.

En poco tiempo, grandes cantidades de edificios configuraron una estructura ordenada donde habitar en paz y armonía. Aquel momento fue tan glorioso para nosotros que se inició un nuevo calendario, adaptado al caminar de nuestro nuevo mundo alrededor del nuevo sol, y se desechó el antiguo definitivamente. Así empezamos a contar los nuevos días con la esperanza de alcanzar el esplendor perdido en nuestro mundo de origen. Una misteriosa energía nos impulsaba a superarnos con creces.

Un milenio después, nuestra civilización estaba plenamente consolidada en Øghär y partieron las primeras naves a sondear el Universo en busca de nuevos planetas para colonizar. Habiendo estado tan cerca de la extinción el plan era diseminarse por todo el Cosmos.

Pero antes de eso, todas las naves se encaminaron juntas hacia la ubicación de nuestro antiguo sistema. Allí sólo quedaba la negrura del espacio. Los dos soles gemelos se habían volatilizado barriendo a su paso nuestros siete mundos habitados.

Aquella visión provocó muchas emociones intensas y una profunda tristeza entre nuestros pioneros. Tras unos minutos, en los que nadie supo qué decir, las naves se fueron dispersando silenciosamente por el Universo en pos de nuestros nuevos sueños.”

• • •

Cuando se desvanecieron las imágenes tridimensionales y se iluminó levemente la sala, pude ver que los ojos de Mâ¥i estaban húmedos y brillantes. Se me antojaron, por un irracional momento, aquellos soles gemelos que durante tanto tiempo habían iluminado a nuestros antepasados. Con la intención de apaciguar sus emociones, posé mi mano sobre la suya y, al sentir bajo su piel las vibraciones de sus servos, una explosión de luz se inició en mi pecho expandiendo un sentimiento desconocido por todas las partículas de mi organismo. Nos miramos en silencio, durante un instante eterno, hasta que amaneció una tímida sonrisa bajo aquellos fulgurantes astros.

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